Hola!
Este es el cuarto cumpleaños de Imaginetura. ¡Happy
birthday! Parece mentira que el tiempo pase tan rápido. ¡¡¡Pisen el acelerador
señores que tengo que hacer muchas cosas más!!!
Me gustaría celebrarlo haciendo una entrega de mi
primera novela “La perla roja”. Ya he terminado la primera parte de la trilogía
(es lo que está de moda ahora) y espero tenerla pulida a mitades del año que
viene.
A disfrutar y gracias por visitar el blog, me
encanta ver que aún tengo fieles seguidores.
Un abrazo a todos!
“Después de muchas horas de viaje, al fin llegaron a
Höfn y salieron a dar una vuelta para ver si encontraban al Gunnar Gunnarson local.
Como estaban hambrientos entraron en un supermercado“7-eleven” a comprar unas
Coca Colas y algo para cenar. Había dos o tres personas haciendo la compracola
y un hombre joven y atlético pagando por unos cigarrillos en caja. Éste salió
por la puerta a pasos tan rápidos que un poco más y les tira al suelo.
Al cruzarse con él, Ismael
empezó a encontrarse mal. El corazón se le aceleró, la cabeza se le iba:
–Roc, para un momento –le
dijo mientras le cogía el brazo y se iba a esconder entre las estanterías–
estoy a punto de desmayarme.
–Anda, va, niñita que
ahora comemos algo... ¿Pero qué? –le miró con cara de pánico mientras le tocaba
la mano con un poco de asco– Tio ¿qué es esto? ¿Te has cortado? –preguntó
mientras le enseñaba su propia mano que estaba teñida de rojo después de
tocarle.
–No, no, no sé…–Ismael se
empezó a espantar, no le salían las palabras, forzó la respiración. Tuvo que
sentarse en el suelo. Se miró asombrado el dorso de las manos, por el que veía
que estaba sudando sangre.
–Nunca había visto nada igual,
mira también te está saliendo por el brazo y por la espalda –observó Roc, a
medida que le subía el jersey–. Será mejor que te estires. Ahora le digo a la
dependienta que llame a un médico. Toma, pañuelos –le alcanzó una caja de
kleenex de una estantería cercana– ¡No
te muevas! Joder, qué mal rollo –Roc hizo el ademán de levantarse, pero un
hombre alto de pelo blanco y de mirada torcida se les acercó.
–¿Te había pasado esto
antes? –le preguntó en inglés. Se arrodilló a su lado, le tomó el pulso y le
miró las manos detenidamente, con tacto experto.
–No, no, nunca –murmuró y
empezó a tener escalofríos y a temblar. No sabía si por el miedo que le tenía a
la sangre o a aquel viejo que tenía un ojo azul y el otro gris.
–Voy a llamar a un médico,
quédese con él –ordenó Roc.
–Mejor no llames a nadie,
se le pasará rápido. Confía en mí. Por desgracia he visto este cuadro algunas
veces, demasiadas –dijo el hombre de
pelo blanco pensativo, mientras miraba a los ojos de Ismael y le apoyaba una
mano en el hombro– Si no me equivoco es una especie reacción alérgica. Pero....
No tenemos mucho tiempo. El hospital más cercano está a más de una hora, os
llevaré a mi consulta que no está lejos de aquí.
–Ismael, ¿te sientes como
para ir a la consulta de este tipo? –le preguntó Roc en Español– ¿no te parece
un poco raro?
Aunque
pareciera extraño, la presencia de aquel hombre, le había calmado. Su corazón
empezó a tomar un ritmo más lento. Se miró las manos, ya no sangraban.
–Me
encuentro mejor, pero preferiría que me mirara un experto –dijo con voz débil
–no me importa ir con él.
Al
incorporarse ya no sentía el mareo que tenía hacía unos minutos. Eso sí, ese
regusto metálico que le quedaba en la boca y el vértigo le recordaban… a la sensación con
la que se despertaba después de sus pesadillas…ese mareo, ese dolor de cabeza. Todo
parecía estar relacionado, y ese hombre parecía saber de lo que hablaba.
–Roc,
vayamos con él, tengo la sensación que nos podría ayudar a encontrar
respuestas–. Se apoyó en su amigo mientras seguían al viejo hacia la salida del
“7-eleven” y entraban en una camioneta que parecía tener la misma edad que él.
Ambos se sentaron en el asiento delantero, junto al del conductor.
Ismael
no paraba de pensar en lo que le había pasado. Aún lo veía todo rojo. Durante
el camino a la consulta del médico se mantuvieron en silencio, y observaron la
extraña forma en que conducía su nuevo compañero. No paraba de mirar el
retrovisor, parecía nervioso, aceleraba y frenaba sin razón y parecía que
dieran vueltas por el pueblo hasta que llegaron a una casa que se veía destartalada
a la luz de la luna. El viejo aparcó el coche en un cobertizo y les ayudó a
salir.